Cuando era chica podría mirar cosas terribles en las películas. Violencia, situaciones oscuras.
Ahora ya no lo soporto.
Me pregunto si seré más conservadora,
para ser feliz en mi espacio.
Pero el no soportar tiene que ver
con que antes me sentía a salvo
Pensaba que esas cosas no pasaban en serio,
o que todos ya sabíamos que eran atrocidades.
Ayer intenté mirar la película La noche de los lápices
para recordar una escena. Es una película que está vieja y nadie actúa muy bien. Y no pude ver más que un segundo de los pibes cuando los secuestran,
no pude verlos gritar.
Yo ví esa película a los 15 o 16 años,
junto al papá de Analía, que nos llevó al cine
a su hija y sus amigos,
porque él tenía entradas para el estreno.
Roberto trabajaba en derechos humanos,
él había estado desaparecido y preso,
era doctor,
y Analía una de mis mejores amigas.
Ella nunca hablaba de esa época,
de cuando éramos compañeras de primaria
y ella escuchaba a Piero con las buenas ondas y tenía la remera de Flashdance
y yo no sabía que iba a ver al padre a la cárcel.
Analía era de las altas, se sentaba atrás y era tímida,
tardamos en hacernos amigas, en vernos.
Y después fuimos juntas a Bellas Artes, elección que le copié.
Su casa era punto de encuentro,
el lugar para estar con los amigos.
Analía fue la primera en tener una videocassetera,
escuchábamos a Charly y dibujábamos, salíamos al cine.
Con el tiempo nos contó lo del papá, sin detalles.
Esa noche vimos la peli sobre el caso real de los pibes de secundario de La Plata
asesinados en la dictadura. Era la apertura democrática, nos sentíamos a salvo.
Nos gustaba sentirnos los protagonistas de una parte nueva, luminosa, de la Historia.
Quizá por eso no sentí mucha angustia,
quizá porque sentí que era algo casi didáctico,
que no me tenía que dar miedo.
Nosotros también estábamos en el Centro de Estudiantes,
teníamos la edad de los protagonistas. Pero ahora estábamos todos juntos.
Y el papá de Analía, Roberto, que medía casi 2 metros,
estaba sentado a mi lado en el cine.
Y no me acuerdo bien en qué parte, creo que en una escena de tortura a un pibe,
se inclinó para mi lado y me tomó del brazo fuerte, como cubriéndome.
Yo pensé que era por si me impresionaba
(era una nena todavía),
pero noté que el señor estaba llorando un poco y mirando para abajo
mientras se sostenía de mi brazo.
Él necesitaba el consuelo, el contacto con la vida. Él había estado a merced de los monstruos, él había sobrevivido y ahora era un doctor y un papá de nuevo pero había sido otra cosa, una carne estaqueada sin nadie que lo cuidara, fuera del mundo. “Se acabaron los padrecitos de los pobres” le decían a Roberto cuando lo torturaban.
A la salida del cine el papá de Analía ya estaba bien, viviendo.
Y seguimos viviendo todos. Analía viajó por el mundo, y ya no nos vimos. Su papá siguió trabajando con los derechos humanos y la Infancia.
Pero estos días parece necesario volver a decir que la represión de la dictadura fue una estrategia perversa y cruel, en contra de la libertad y la vida. Crímenes contra la humanidad, simplemente. Y aparecen algunos personajes justificando esto: “que los comunistas, que las bombas”.
Que la guerra.
La guerra de la locura asesina contra lo humano, en todo caso.
Quiero creer que esa no la perdimos. Quiero abrazar fuerte lo que me toca a mí, ahora. Porque no siento esa invulnerabilidad que sentía a los 15. Y tengo que pensar qué hacer con eso. Con esa certeza del bien, que perdí.
Para estar cerca de la vida, de lo que late, la maravilla, la posibilidad, lo hermoso que puede ser, que no podemos perder. Lo humano.
Por lo pronto, hoy se marcha.
Dedicado a A. P. L. y su familia.
El 10 de mayo en Argentina una multitud marchó a Plaza de Mayo en contra del beneficio del 2x1 para genocidas presos por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar. Organismos de derechos humanos, partidos políticos y otros sectores se concentraron en repudio al fallo de la Corte Suprema; hubo marchas en todo el país.